viernes, 18 de noviembre de 2011

Hoy


Desde hace dos semanas una cortina de nubes se cierne sobre el cielo de Madrid. Aunque esta vez la lluvia sólo se limita a acariciarme la piel, no a calarme los huesos.

Últimamente todo está en armonía y no parece que nada ni nadie se atreva a romperla. Todo está conectado y las casualidades no tienen cabida.

Es otoño; pero creo que no hace falta afirmar lo evidente. Está llegando el frío, por fin, y pronto caerán los primeros copos de nieve. Es extraño la pasividad y la indiferencia que me produce el mal tiempo de estos últimos días. No necesito ver el más tenue rayo de sol para encontrar la luz de estos despertares tan grises.

Que se atreva alguien a derribar este muro de optimismo que tanto me ha costado levantar. ¿Tanto? Sólo un par de horas de reflexiones intensas.

Es increíble lo bien que sienta redactar unas cuantas líneas bien escritas al azar, y que sólo tienen sentido para mí y para cuatro gatos más que se dignan a gastar un rato de su valioso tiempo, en leer los pensamientos alegres y absurdos de alguien que gasta el suyo intentando superarse a sí misma cada día.


El título no siempre contiene la esencia del texto


Qué mala es la apatía. Aunque, peor aún es cuando hace un intento fallido de fundirse con algo de alegría. Es viernes. Viernes lluvioso. Eso no tendría que significar nada, lluvioso es un mero adjetivo y no por ello tiene que darle otro sentido del que ya posee. Tenía el presentimiento de que hoy iba a llover. Son las nueve menos veinte de la noche y estoy aquí sentada, mirando a una caja cuadrada y estúpida, mientras almacena caracteres sin sentido y sin significado alguno.

Últimamente pienso que anochece demasiado temprano, que los rayos de sol, cuando se dignan a salir, no tienen tiempo para alumbrar la energía y la libertad que pasean por las calles llenas de hojas. El otoño no es triste, pero la falta de luz le hace triste, melancólico y denso. Hace que pase con una lentitud pasmosa y cansina. Y cuando te quieres dar cuenta se ha pasado la tarde mientras tú te has quedado esperando a que el sol se digne a salir otra vez, con esas ganas y esa fuerza que te hacen despegar el cuerpo del sofá y salir a la calle con la sonrisa puesta.

Me sobran motivos para sonreír, aunque también para dedicarle tiempo a la tristeza. Es un estado bipolar que me mata y me consume. Una montaña rusa que nunca ve su fin y jamás se cansará de subir… o de bajar…y mucho menos hallará su punto de inflexión. El equilibrio no encuentra su hueco en mi mundo; a lo mejor es que nunca se lo quise hacer.

No estoy triste. Pero tampoco alegre. Se podría decir que si ahora mismo jugase al póquer me llevaría todo lo que hay sobre la mesa. También te confieso, a ti, que me dedicas unos míseros minutos de tu valioso tiempo que, si en este mismo instante cayera una bomba atómica y se llevase todo lo que encontrara a su paso, sé que a mí no me afectaría, bueno sí, me alegraría, así las nubes desaparecerían... y con ellas la lluvia.