lunes, 1 de febrero de 2010

Carpe diem.

¡Cuánta gente!..Son demasiados, pero están igual de perdidos que yo, no tienen, bueno no tenemos, ni idea de lo que nos espera. Por fin llegamos a nuestro sitio, una mujer de edad ya un poco mayor entra en la sala y nos dice unas normas que vamos a tener que seguir. A partir de ahí empezaron los seis años más maravillosos de mi vida.
Pasaron los días y cada uno de ellos era especial, distinto, con algo nuevo que aprender. Pero se iban haciendo cortos a medida que te ibas acostumbrando a la rutina, aunque lo mejor de esa rutina es que en cualquier momento tú tenías el poder de cambiarla. Otros sitios, otras personas, otras caras, otra música, otra forma de pensar, otros sentimientos. Han sido muchas cosas en tan poco tiempo, pero no cambiaría ninguna.
Y ahora me miro después de todos estos segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años y ni me reconozco, estoy orgullosa de todo y me gustaría volver a vivirlo para poder aprovecharlo otra vez como si fuese la primera, porque creo que nunca sería capaz de ver lo valioso que es. He aprendido muchísimo.
Cuando aprendes, a veces tienes la posibilidad de que, lo conocido se vuelva desconocido, huraño, distante, repetitivo y de que lo desconocido sea tan morboso, interesante, atractivo e inalcanzable, que cuando lo consigues y lo tienes cerca te sientes satisfecho de todo lo que has tenido que hacer y pasar para llegar a ello. Pero es un riesgo que hay que estar dispuesto a correr si no, todo sería monótono y lo inesperado no tendrían sentido. En ocasiones es bueno arriesgarse, el no ya lo tienes, así que mejor ir a buscar el sí que no quedarse parado pensado en qué hubiese pasado si lo hubieses hecho; hazlo, no esperes a que nadie te lo diga, di lo que quieras, preferiblemente sin hacer mal a nadie, porque en otro momento puede ser demasiado tarde. En tres palabras, vive el momento.

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